dimecres, 31 d’agost del 2011

El hambre, un arma política

La geopolítica mundial se mueve y no a ritmo de un vals precisamente.

Mientras Europa baila al compás de los Indignados o de quienes le prenden fuego a su bronca y malestar y en Santiago de Chile los estudiantes ponen en movimiento al presidente Piñeira (entre otras convulsiones sociales) el hambre avanza a pasos agigantados por el planeta.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 6 de julio pasado, a dos regiones de Somalia en estado de hambruna y el 3 de agosto añadió otras tres, motivo por el cual solicitó 210 millones de euros para evitar mayor cantidad de muertes por este flagelo. Son 3,5 millones de somalíes, la mitad de la población de ese país, la que se encuentra desesperada y en estado de catástrofe humanitaria.

En tanto la FAO pidió a Estados Unidos 161 millones de dólares para salvar vidas en la región del Cuerno de África, donde 12 millones de personas están necesitadas de ayuda de emergencia la conferencia de donantes convocada por la Unión Africana (UA) apenas consiguió 380,5 millones de dólares de los 1400 estimados.

Para la organización “Acción contra el Hambre”, la hambruna es el estadio de mayor gravedad de una crisis humana, el que sigue a una emergencia humanitaria. Los principales indicadores que la definen son: Tasa de desnutrición aguda por encima del 30%; elevada mortalidad: más de dos fallecimientos por cada 10.000 personas al día; imposibilidad de acceder a los alimentos y muy limitado acceso al agua (menos de 4 litros por persona al día); desplazamientos masivos de población; mecanismos de adaptación y resistencia agotados; pérdida de recursos y activos y dependencia de la ayuda exterior. Indicadores que definen, mientras el hambre, convertida en un arma política diezma poblaciones enteras a su paso.

Según UNICEF, “La hambruna, que se podría extender por todo el sur de Somalia en las próximas semanas, ha costado ya la vida de decenas de miles de personas, la mitad de ellos niños y niñas menores de cinco años. Las vidas de más de 1 millón de niños y niñas se encuentran en peligro inmediato.

Para “Save de Children” organización que trabaja en la defensa y promoción de los derechos del niño, 8 millones de niños menores de cinco años pierden la vida cada año. Según María Jesús Mohedano, representante de la organización “Mientras que en Suecia todos los niños disfrutan de buena salud y educación, en Somalia uno de cada seis niños pierde la vida antes de cumplir los cinco años, el 36% sufre desnutrición y el 70% no tiene acceso a agua potable."

Quizá no esté de más recordar, por si alguno leyó rápidamente estas últimas líneas, que no son simples números los que se mencionan. Son niños y niñas que comienzan a dar sus primeros pasos sin saber nada de la vida, pero mucho del hambre.

Niños y niñas que aunque logren revertir su situación actual, difícilmente puedan superar las huellas insalvables que la desnutrición infantil deja en el organismo del ser humano.

Niños y niñas muchas de las cuales seguramente morirán sin saber siquiera por qué se mueren.

Pero hay más, de una población mundial de más de 6700 millones de habitantes, alrededor de 200 millones de personas viven con desnutrición crónica y 55 millones de niños padecen desnutrición aguda. Todo indica que se está bastante lejos de cumplir las Metas del Milenio que durante la Cumbre del Milenio celebrada en septiembre de 2000 en Nueva York, 189 estados miembros de Naciones Unidas se comprometieron a cumplir antes del 2015, entre ellas erradicar la pobreza extrema y el hambre.

Hambre, pobreza, desnutrición, raquitismo, ¿sabrán algo estos pequeños seres de la euforia o depresión de algunos economistas o analistas políticos y sus medios de comunicación cuando hablan de los vaivenes de la Bolsa o de las valuaciones de Standard & Poor's?

Cuando comienza el tiempo del juego socializado, del aprendizaje sistematizado, cuando deberían continuar los momentos de la caricia, el amor y la risa, millones de niños ya ni sienten el ruido de sus panzas reclamándoles un poco de comida. Sus cuerpos son casi invisibles esqueletos que vagan por las calles intentando sobrevivir.

Mientras tanto el capital se reinventa para evitar morir de desnutrición –para lo cual aún le falta bastante-. Recomposición territorial, carrera armamentística, despliegue del poderío militar, apropiación de recursos energéticos, instalación de bases nucleares, guerra del opio, es la forma que encuentra el poder para que el capital y su acumulación no caigan en el raquitismo.

El capital financiero y los mercados parecen sentir un poquito de hambre cada tanto, pero rápidamente un plato de comida de autor los ayuda a recomponerse y si bien aún está en crisis, nada es comparable a la crisis de civilización que vive la humanidad y que pone en riesgo su supervivencia.

Comida gourmet para el poder del capital, ni siquiera migajas para un tercio de la población mundial infantil. Demasiada injusticia, desigualdad e inequidad para quienes no pidieron llegar a este mundo pero que deberían tenerlo todo para crecer en él.

Beatriz Chisleanschi. Periodista, integrante del Observatorio de Medios de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA)

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