Mientras Europa baila al compás de los Indignados o de quienes le  prenden fuego a su bronca y malestar y en Santiago de Chile los  estudiantes ponen en movimiento al presidente Piñeira (entre otras  convulsiones sociales) el hambre avanza a pasos agigantados por el  planeta.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 6 de julio  pasado, a dos regiones de Somalia en estado de hambruna y el 3 de agosto  añadió otras tres, motivo por el cual solicitó 210 millones de euros  para evitar mayor cantidad de muertes por este flagelo.  Son 3,5  millones de somalíes, la mitad de la población de ese país, la que se  encuentra desesperada y en estado de catástrofe  humanitaria.
En tanto la FAO pidió a Estados Unidos 161 millones de dólares para  salvar vidas en la región del Cuerno de África, donde 12 millones de  personas están necesitadas de ayuda de emergencia la conferencia de  donantes convocada por la Unión Africana (UA) apenas consiguió 380,5  millones de dólares de los 1400 estimados.
Para la organización “Acción contra el Hambre”, la hambruna es el  estadio de mayor gravedad de una crisis humana, el que sigue a una  emergencia humanitaria. Los principales indicadores que la definen son:  Tasa de desnutrición aguda por encima del 30%; elevada mortalidad: más  de dos fallecimientos por cada 10.000 personas al día; imposibilidad de  acceder a los alimentos y muy limitado acceso al agua (menos de 4 litros  por persona al día); desplazamientos masivos de población; mecanismos  de adaptación y resistencia agotados; pérdida de recursos y activos y  dependencia de la ayuda exterior. Indicadores que definen, mientras el hambre, convertida en un arma política diezma poblaciones enteras a su paso.
Según UNICEF, “La hambruna, que se podría extender por todo el sur de  Somalia en las próximas semanas, ha costado ya la vida de decenas de  miles de personas, la mitad de ellos niños y niñas menores de cinco  años. Las vidas de más de 1 millón de niños y niñas se encuentran en  peligro inmediato.”
Para “Save de Children” organización que trabaja en la defensa y  promoción de los derechos del niño, 8 millones de niños menores de cinco  años pierden la vida cada año. Según María Jesús Mohedano,  representante de la organización  “Mientras que en Suecia todos los  niños disfrutan de buena salud y educación, en Somalia uno de cada seis  niños pierde la vida antes de cumplir los cinco años, el 36% sufre  desnutrición y el 70% no tiene acceso a agua potable."
Quizá no esté de más recordar, por si alguno leyó rápidamente estas  últimas líneas, que no son simples números los que se mencionan. Son  niños y niñas que comienzan a dar sus primeros pasos sin saber nada de  la vida, pero mucho del hambre.
Niños y niñas que aunque logren revertir su situación actual,  difícilmente puedan superar las huellas insalvables que la desnutrición  infantil deja en el organismo del ser humano.
Niños y niñas muchas de las cuales seguramente morirán sin saber siquiera por qué se mueren.
Pero hay más, de una población mundial de más de 6700 millones de  habitantes, alrededor de 200 millones de personas viven con desnutrición  crónica y 55 millones de niños padecen desnutrición aguda. Todo indica  que se está bastante lejos de cumplir las Metas del Milenio que durante  la Cumbre del Milenio celebrada en septiembre de 2000 en Nueva York, 189  estados miembros de Naciones Unidas se comprometieron a cumplir antes  del 2015, entre ellas erradicar la pobreza extrema y el hambre.
Hambre, pobreza, desnutrición, raquitismo, ¿sabrán algo estos  pequeños seres de la euforia o depresión de algunos economistas o  analistas políticos y sus medios de comunicación cuando hablan de los  vaivenes de la Bolsa o de las valuaciones de Standard & Poor's?
Cuando comienza el tiempo del juego socializado, del aprendizaje  sistematizado, cuando deberían continuar los momentos de la caricia, el  amor y la risa, millones de niños ya ni sienten el ruido de sus panzas  reclamándoles un poco de comida. Sus cuerpos son casi invisibles  esqueletos que vagan por las calles intentando sobrevivir.
Mientras tanto el capital se reinventa para evitar morir de  desnutrición –para lo cual aún le falta bastante-. Recomposición  territorial, carrera armamentística, despliegue del poderío militar,  apropiación de recursos energéticos, instalación de bases nucleares,  guerra del opio, es la forma que encuentra el poder para que el capital y  su acumulación no caigan en el raquitismo.
El capital financiero y los mercados parecen sentir un poquito de  hambre cada tanto, pero rápidamente un plato de comida de autor los  ayuda a recomponerse y si bien aún está en crisis, nada es comparable a  la crisis de civilización que vive la humanidad y que pone en riesgo su  supervivencia.
Comida gourmet para el poder del capital, ni siquiera migajas para un tercio de la población mundial infantil. Demasiada injusticia, desigualdad e inequidad para quienes no  pidieron llegar a este mundo pero que deberían tenerlo todo para crecer  en él.
Beatriz Chisleanschi. Periodista, integrante del Observatorio de Medios de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA) 

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